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Cuando los poemas se vuelven canciones

  • alelavinrojas
  • 23 sept 2021
  • 10 Min. de lectura

Carátula de la versión actualizada de los poemas musicalizados por Jorge Valenzuela. Ilustración de Marco Sanhueza.


Un aspecto importante que marca la trayectoria de Jorge Valenzuela, es su relación con la poesía y especialmente con cultores del género en la región del Maule. Su amigo Jaime González Lara, en su texto de homenaje, Jorge Valenzuela, armonía, melodía y acordes de la música, da algunas semblanzas personales del músico [1]. Con respecto a su faceta de compositor, expone:


La temática de las obras de Jorge Valenzuela es muy variada, tiene más de 300 canciones, muchas de ellas inscritas en el derecho de autor. Sentía siempre la necesidad de renovar el repertorio guitarrístico y creativo, a tal efecto llevó a cabo la musicalización de poemas de varios poetas de la región y del país, tales como Matías Rafide, Enrique Villablanca, Alejandro Lavín, Leonardo Villarroel, Manuel Francisco Mesa Seco, quien dijo “Jorge no es un guitarrista más, es la guitarra toda”.


En la época de la plenitud compositiva de Valenzuela, en el Maule era importante el Grupo Ancoa [2], fundado por Emma Jauch y Pedro Olmos. A la casa de ellos en Linares, durante décadas, llegaron creadores, entre ellos poetas como Matías Rafide, Manuel Mesa Seco, Alejandro Lavín, Leonardo Villarroel, Enrique Villablanca, etc., muchos de los cuales participaban además en la SECH de Talca, quienes se reunían por entonces en el museo O’higginiano o la Casa del Arte. Corrían los años 60 y en el Maule había espíritu de colaborar entre disciplinas, el escultor Eduardo Urrutia, que vivió de joven aquel período, pone énfasis en la idea de “hallazgo”, que sería un rastro del mundo natural al que se le asigna una dimensión estética, y que él lo representará en sus grabados de texturas de árboles. El Grupo Ancoa estimuló una modalidad de ilustrar poemas, durante las décadas del 60 y 70, se ilustraron en un formato cartel [3], lo que da cuenta de otro diálogo interdisciplinar. El patrimonio de este grupo terminará transformándose con el tiempo en parte importante del actual Museo de Arte y Artesanía de Linares, logrando ese complemento entre lo clásico y lo popular que fuera inquietud de esa generación.


Disco grabado en 1973 en la RCA Víctor de Santiago. Poemas de Matías Rafide, interpretados por Jorge Valenzuela.


Valenzuela musicalizó la obra de poetas del Maule, desde al menos, principios de la década del 70. Los registros de audio que se han conservado con poemas musicalizados, tienen entre los nombres a: Emma Jauch, Matías Rafide, Augusto Santelices, Manuel Mesa Seco, Pablo Neruda, Jorge González Bastías, Juan Guzmán Cruchaga, Bernardo González, María Magdalena Rubio, Honorio Concha, Eduardo Araya, Leonardo Villarroel [4], César Aguilera, Alejandro Morales y Víctor Dávila. Es el mismo Valenzuela quien se refiere sobre el proceso de musicalización en su conversación con Herni González: Hay un verso, que yo de leerlo voy sintiendo la música, puedo tomar cualquier libro de versos y al leer voy sintiendo la música que tiene implícito el verso. Las temáticas de los poemas expanden los contenidos tradicionales de la música popular al uso en su época, y además, desarrollan con eficiencia verbal los contenidos tradicionales al otorgarle métrica y recursos literarios. Además toma como un desafío el desarrollar una idea musical a partir del texto. En la entrevista de Valenzuela con Mario Meléndez (2001), el músico explica su modo de trabajo:


En un encuentro nacional de escritores pedí a los invitados que me entregaran un libro con sus textos. A medida que los iba leyendo iba reparando en cuales tenían ritmo y esos los trabajaba. Tiene que ver mucho con la métrica, con la estructura de los versos. Algunas de esas composiciones incluso se daban por la radio de la época. Muchos escritores, más tarde, complacidos por este trabajo me seguían enviando sus libros para que yo los musicalizara. En la RCA se editó uno de esos trabajos en mil copias que se distribuyeron por todos lados. Fueron grabadas en Santiago el año 1973, en medio de las bombas lacrimógenas. Recuerdo que Matías Rafide me llevaba cubierto para que nada le sucediera a mi voz. Mis trabajos generalmente apuntan a poetas regionales. Uno de los poemas escogidos “Alma no me digas nada” de Juan Guzmán Cruchaga, y que no pertenece al Maule, tiene que ver con la profunda admiración que sentía por él. Además me interesaba que su hijo, el juez Juan Guzmán Tapia la escuchara en otra versión.


Es difícil precisar cuándo llega a estas latitudes la idea de musicalizar poetas. El canto y la poesía, más allá del cliché, están ligados desde el origen, por ello en la tradición popular el canto a lo poeta, por ejemplo, evidencia lo inseparable de ambas expresiones. En Chile, Vicente Bianchi obtuvo gran popularidad al musicalizar en forma de tonada, versos de Pablo Neruda, eso en el año 55. De la tradición española, que es de donde se podría haber heredado cierta discografía que haya llegado a Chile por la industria musical o por las radios, están las grabaciones de Paco Ibañez en 1964 (musicalizando a Góngora y García Lorca) y Joan Manuel Serrat el 69 (musicalizando a Machado), aunque los recitadores acompañados con guitarra fue un género bastante visitado en la era del vinilo. Otro referente fue el disco grabado por Los cuatro de Chile [5], su Homenaje a Oscar Castro, que musicalizados por Ariel Arancibia y con arreglos de Pascual Rojas, se grabaron en vinilo en los años 70 y 71, como autoediciones, y cuyos temas aún suenan en ciertas radios [6].


Carátula de CD, alrededor del año 2000. Gentileza de Bernardo González.

Si bien no ha sido posible rastrear el momento exacto en que Jorge Valenzuela comienza a poner música a poetas de la región[7], en el artículo del desaparecido diario El Centro, del 14 de agosto de 1995, el columnista Orlando Gutiérrez Salinas, anuncia la aparición de un caset [8] de Jorge Valenzuela:


Jorge Valenzuela Parra, versátil compositor y cantante, no oculta su satisfacción por el largo, pero fructífero trabajo de haber puesto música a 21 temas de los poetas de la Séptima Región, que compaginan un novedoso y ameno cassette. Durante largo tiempo, el conocido artista vino adaptando la música a los más conocidos vates de la zona maulina, para estructurar las bondades y temas de mucho agrado para el oyente.


Más adelante ese caset se reedita en formato a CD (son las mismas versiones del año 95, digitalizadas), el que no tuvo mayor circulación.


Carátula de caset de la década del 90, edición artesanal de Jorge Valenzuela.

Dos autores que están vivos, de los poetas musicalizados por Valenzuela en ese caset, son Bernardo González y Alejandro Morales, a través de sus testimonios es posible conocer más detalles. Bernardo González vive a una casa por medio, de donde vivió Jorge Valenzuela gran parte de su vida, a pocos metros del estero Piduco, allí nos recibe y relata:


Un tarde don Jorge me invita a su casa porque, según él, quería que le escuchara "unas cositas". Yo venía llegando de Curepto —año 1984 o algo así— y le dije que iría apenas almorzara. El asunto es que ese día me mostró varias canciones con letras de poetas maulinos, y me gustó mucho ese trabajo... especialmente un tema de Villarroel y otro de Mesa Seco llamado "Romance del río Maule". Los temas de Rafide ya los conocía de los años 70 y de un principio me parecieron realmente notables. Conversamos caleta; a mí siempre me gustó escuchar a los mayores. Pero ya se hacía tarde y me empezaba a dar hambre; estaba por irme cuando me pregunta: "Ubicas a este poeta?", y pone un tema que al principio no reconocí (Escuela de Camarico). Y luego pone otro (La pollolla), y yo pensé altiro que ese último gallo escribía muy parecido a mí. Creí que eran coincidencias literarias nada más. Hasta que don Jorge me queda mirando, y me dice... "Y pensar que mi vecino, a quién conocí de chiquitito, también es poeta". Ahí quedé de una pieza, hasta el día de hoy que, ya viejo a punto de jubilar, reflexiono en la poca justicia que se ha hecho en Talca a la obra musical de don Jorge Valenzuela Parra.


Alejandro Morales es compositor y músico, fue profesor de música durante años en Cauquenes, llegando a ser distinguido como el mejor profesor de la región, posteriormente dirigió la Corporación Cultural de Cauquenes y el Museo Histórico. Ha grabado su música en CD acompañándose de alumnos y músicos de la región. A lo largo de su vida ha compartido con músicos de la talla de Vicente Bianchi y Margot Loyola. Me recibe en su casa y conversamos una tarde lluviosa con un buen vino de Cauquenes, como los que asegura, le encantaban a Jorge Valenzuela. Me cuenta que el año 74 van a visitar a Jorge Valenzuela junto al poeta Matías Rafide:


Hola, me dijo, mi amigo, porque si usted es amigo de Matías, es amigo mío. Y ahí yo quedé impresionado, realmente quedé impresionado por las canciones de él, su digitación, su talento con la guitarra. Ahí nos hicimos amigos inmediatamente y comenzamos a hacer presentaciones. A veces había que musicalizar a los poetas para los recitales que se hacían en el Museo O’higginiano, ahí por ejemplo tomaba yo dos poemas y él tomaba otros, y ahí él me empezó a observar y me daba todos los detalles de lo que había que hacer. Usted sabe que hay poetas que no tienen ninguna asonancia, poetas que escriben un verso de este porte otro más chico, arrítmico total, entonces para eso él tenía un sistema y me lo iba diciendo, trabajamos mucho en ese aspecto y ahí yo comencé a invitarlo a Cauquenes. Yo me acuerdo que nos llevaba al cerro de la Virgen y él como a 200 metros entonaba algo y nosotros teníamos que responder: antecedente-consecuente, antecedente-consecuente, y así nos llevábamos y ahí nos abría la mente en el sentido de como uno tiene que imaginarse la música, porque yo puedo empezar con un tipo de música, pero cuando alguien me insinúa algo en la música, yo tengo que tener la capacidad de responderle en el mismo tono y estilo. Y paseábamos por distintas partes y de repente decía, a ver hazme una canción, imagínate que eres un árbol, ahí estás enterrado, parado, y uno empezaba, buscaba, hasta que sacaba una canción. Aprendí mucho con él.


En términos estéticos, la relación de Valenzuela con los poetas del Maule, le permite extremar sus recursos expresivos en función de complementar las estructuras sonoras entre palabras y la música, adaptando los textos a ritmos tan variados como el bolero, la tonada, e inclusive llegando a componer piezas con elementos atonales. Además su conocimiento de los recursos de la guitarra clásica los pondrá a disposición de la expresividad de los textos. Finalmente utiliza su propia imaginación musical, en función de hallar el estilo y forma que se adapten a los poemas.


Valenzuela no participó de la Nueva Canción Chilena (aunque en su repertorio incluía temas de Silvio Rodríguez, Violeta Parra, César Iscella, etc.), donde fue frecuente musicalizar poetas, quizás porque a la época ya había hecho su “carrera” musical y a la vez desechado ese concepto. Si se considera que ya en los años 30 actuaba en radios de Santiago, a lo largo de su vida vio pasar muchas tendencias de la industria de la música, manteniéndose fiel a principios propios y buscando en lo local una expresión para sus ideas. En la actualidad han cambiado los conceptos de musicalizar poesía, en una relación a generar procesos más dinámicos donde los músicos incorporan improvisaciones, mezclas digitales, collages o sonidos procesados, incorporando elementos de la poesía sonora, entre otros recursos que buscan alternativas estéticas, pero el poema musicalizado ha sobrevivido a toda experimentación, goza de buena salud y habría que comenzar a reconocer en Jorge Valenzuela, a uno de sus más altos y desconocidos exponentes.



NOTAS


[1] “Fue jurado de múltiples eventos, compuso himnos a numerosos colegios e instituciones; al Ciet, Piaget, Instituto Alfa, Liceo de niñas, Federación de Canotaje de Chile, Colegio Constitución, etc. Jorge fue un músico de excelencia de la escuela de Francisco Tárrega y supo sacar a su guitarra ese dulce sonido, suave, claro y preciso que solo los eximios pueden entregar.”

[2] Fundado en la ciudad de Linares en 1958, fue un grupo artístico y literario. A lo largo de su existencia el Grupo Ancoa tuvo más de 25 integrantes. Entre ellos varios eran artistas plásticos: Pedro Olmos, Emma Jauch, Sergio Monje, Armando Álvarez, Reinaldo Sepúlveda, Paz Olea, Silvia Araya, Rolando Gallego y María Francisca Mora, Manuel Francisco Mesa Seco, Samuel Maldonado, etc. Su misión fue crear distintos espacios para la creación, el estudio y la difusión de arte y la cultura local. Para ello fomentaron diversas actividades como la publicación de la revista Ancoa, la realización de festivales de coros, cursos de arte, conferencias y exposiciones. El grupo colaboró con la fundación del Museo de Artes y Artesanías de Linares donde organizaron la primera exhibición de la colección en 1964. (www.artistasvisualeschilenos.cl)

[3] Los Poemas Ilustrados son el resultado de un ejercicio creativo del Grupo Ancoa que comenzó en la década del sesenta. La idea era representar de forma artística lo referido en poemas de ciertos autores connotados. (www.artistasvisualeschilenos.cl)

[4] Un día llega a mi casa Leonardo Villarroel para que yo musicalizara otro de sus textos, ya que iba a visitar a una hija en el sur y quería llevarle este trabajo de regalo. Me dejó un librito suyo escrito a máquina con doce poemas. Me inspiré tanto con ese trabajo que le puse música a todos los poemas. Él me llamó luego de Puerto Montt, muy contento de cómo había resultado todo. (Jorge Valenzuela en conversación con Mario Meléndez para revista Rayuela).

[5] ""Situados a mitad de camino entre el Neofloklore y la Nueva Canción Chilena, Los 4 de Chile fueron una de las agrupaciones más singulares de su época. Su delicada y elegante articulación de la poesía chilena con arreglos vocales e instrumentales les brindó hits de popularidad. (…) Con arreglos de Ariel Arancibia, y el aporte vocal de los actores Héctor y Humberto Duvauchelle, el conjunto reunió a cuatro músicos con experiencia en el folclor, dando vida a una fórmula que aportó otra cara al intenso acervo musical de su época y que hasta hoy se conoce como "folclor cultural"." (www.musicapopular.cl).

[6]"Hacia principios de los años ‘60 se fecha la aparición del Neofolklore, como una continuidad histórica de la era de la música típica. Fue un movimiento musical de vida corta pero de notable influencia y difusión que popularizó a nombres mayores de nuestra canción y que fue el antecedente de lo que más tarde, por una ruta latinoamericanista y comprometida, concluiría la Nueva Canción Chilena. El Neofolklore hizo una relectura de la canción de raíz folclórica campesina según otras claves armónico-vocales y gran estilización de los arreglos, que se oponía a la interpretación de canciones en su estado puro como lo hacía la proyección folclórica. Lo hizo así para facilitar la difusión radial, ampliando la temática de los versos a menudo costumbristas del folclor, y alcanzando su apogeo de popularidad juvenil en 1965." (www.musicapopular.cl).

[7] “Cierto día Manuel Francisco Mesa Seco me propone un desafío. Que le pusiera música a uno de sus textos. Me costó un mundo encontrar la temática que reflejara de mejor manera aquel trabajo, hasta que finalmente di en el clavo. A él lo conocí en la Sociedad de Escritores, filial Talca, que funcionaba en la Casa del Arte. Algunos integrantes de aquella agrupación por esos años eran Matías Rafide, Mario Poblete, Alejandro Lavín, Enrique Villablanca, Leonardo Villaroel, entre otros”. (Entrevista con Mario Meléndez, para revista Rayuela).

[8] Lado A: "Agüita dulce y con sal", de Augusto Santelices. "Mi querido mar", de Manuel Francisco Mesa Seco. "Cerca del mar", de Jorge González Bastías. "Alma mía", de Guzmán Cruchaga. "Mi taza de café", de María Magdalena Rubio. "Los días se nos van", de Matías Rafide Batarce. "A un caracol", de Emma Jauch. "Nada más", de Jorge González Bastías. "Romance al río Maule", de Manuel Francisco Mesa Seco. "Ruego", de Honorio Concha Bravo. Lado B: "Dura soledad", de Matías Rafide. "Podrán pasar muchos años", de Eduardo Araya. "El Rosal", de Leonardo Villarroel. "Mis Islas" de Matías Rafide. "Fayamán", de César Aguilera Muñoz. "Niños rurales" y "La Polloya", de Bernardo González K. "Intimo anhelo", de Yenney Salgado Montenegro. "Descendencia", de Alejandro Morales O. "Farewell", de Pablo Neruda. "Pompi", de Víctor Dávila Avalos.



Felipe M. M.

Invierno 2021

 
 
 

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